Un tópico que hasta escuece tener que reconocer: cuando algo te falta es cuando notas su importancia. Cinco días sin internet (ni ordenador) por culpa de una pantalla que se muere y hay que reemplazar: al fin mi equipamiento entra en el nuevo siglo y abandono el viejo monitor por un tft (ocho años me ha durado).
Unos días en que podría haber leído, o lo que fuese que yo hacía con mi tiempo antiguamente, cuando no tenía ordenador (ni tele), pero el caso es que ni he leído más, ni he hecho nada más que revolverme como fiera enjaulada, e hincharme de ver series en dvd. Hasta he comprado revistas.
También se puede vivir sin microondas. Te fastidia, una vez que te habías acostumbrado a usarlo, pero no es dramático: pones la cazuela a calentar y listo. En cambio, a falta de internet, no hay métodos más rústicos de obtener el mismo resultado. Por aproximación, leerse tres periódicos, un par de revistas, ojear media librería, y hablar de la actualidad (informativa y personal) con veinticinco personas de variado criterio puede dar un resultado parecido. Pero resulta muchísimo más difícil de conseguir, más costoso en tiempo y dinero, a veces imposible.
Así que nos volvemos adictos a la red.
Por otra parte, me pregunto si ésta es la felicidad que dicen depara el consumismo: yo estoy muy feliz con mi monitor requetenuevo, con una sensación de maravilla que recuerdo de los tiempos de deslumbrarse al ver una página web por primera vez, o (más allá) al ver una peli en vídeo, o los efectos especiales allá por los años ochenta. Es bueno descubrir que no estamos ahítos de maravillas.