sábado, noviembre 25, 2006

Cuando la vida se encendía, en el deseo o en la aflicción, o incluso en la reflexión, los héroes homéricos sabían que un dios les movía. Lo sufrían y lo observaban, pero lo que ocurría era también una sorpresa para ellos. Desposeídos así de su emoción, de sus vergüenzas, pero también de sus glorias, fueron los más cautos al atribuirse el origen de sus actos...
Ninguna psicología ha dado desde entonces un paso más, salvo para inventar, para esas fuerzas que nos mueven, nombres más largos, más numerosos, más toscos y menos eficaces, menos afines a la estructura de lo que ocurre, sea placer o terror. Los modernos están muy orgullosos de su responsabilidad, pero así pretenden responder con una voz que ni siquiera saben si les pertenece. Los héroes homéricos desconocían una palabra tan molesta como "responsabilidad", y no la habrían creído. Par ellos, es como si cada delito se produjera en un estado de enfermedad mental. Pero en este caso esa enfermedad significa presencia operante de un dios. Lo que para nosotros es enfermedad, para ellos es "exaltación divina" (átê). Sabían que esa invasión de lo invisible acarreaba, frecuentemente, la ruina: tanto que, con el tiempo átê pasó a significar "ruina". Pero sabían también, y Sófocles lo dijo, que "nada grandioso se aproxima a la vida mortal sin la átê".



Las bodas de Cadmo y Harmonia, de Roberto Calasso

Un fragmento mayor, aquí

domingo, noviembre 12, 2006

Guía del Comprador Renuente
(recopilación de mis muy personales normas de consumo)

1. Si no tienes espacio donde colocarlo, no lo compres; si ahora no tienes tiempo para leerlo/verlo, espera a tener tiempo antes de comprarlo.

2. Si no lo necesitas, no lo compres (generalmente, no lo necesitas): haz un listado.

3. Ellos quieren tu dinero, no quieren hacerte favores, ni verte feliz: quieren extraerle el jugo a tu cuenta bancaria.

4. No compres para complacer a otras personas, ni para quedar bien con la dependienta, o con tu mamá, o con una amiga: practica el egoísmo, piensa en tu conveniencia.

5. Recuerda que nadie puede obligarte a que compres o consumas algo; como mucho, pueden ponerle dificultades para que accedas a lo que verdaderamente te interesa.

6. La moda no está hecha para nuestro beneficio (ver punto 3). No te conformes con lo que te echen, lucha hasta el final por conseguir lo que te cuadra y te conviene, no lo que la moda impone.

7. En caso de duda, espera un día o dos: no te creas frases tipo "el último que queda" o "la oportunidad irrepetible", son un truco (y suele funcionar). Rara vez te arrepentirás de haberlo dejado pasar, en cambio, todos hemos tenido que arrepentirnos de compras absurdas.

8. Si tu presupuesto es ajustado, elige siempre zapatos de calidad (aunque sean más caros): los pobres no podemos permitirnos comprar zapatos baratuchos. La misma norma sirve para los abrigos, si se vive en lugares de clima frío. Y come (y bebe) siempre de lo mejor que te permita tu bolsillo. Consejo de abuelita patentado.

9. Si entra algo nuevo en tu armario/casa, es el momento de que alguna cosa en desuso salga: el espacio no es elástico, y deshacerse de lo inútil es bueno para el alma.

10. Tira la casa por la ventana si se trata de amigos y personas que quieres: no valen tacañerías, ni tampoco andarles racaneando tiempo y atención. Lo mejor es poco.

(Y ya empieza a agitarse el cebo de la compra compulsiva ante nuestros ojos: las entrañables fiestas cada vez se anuncian más pronto)

jueves, noviembre 02, 2006

Diez horas en un autobús, viajando para asistir a un entierro. El cielo color malva azulado, pero no cae ni gota, las paradas en estaciones que le dan un nuevo matiz a la palabra Desolación. Como dice mi amiga S., cuando la vida tiende al drama, la naturaleza se encarga de poner el atrezzo.
Diez horas dan para darle vueltas a la mollera. Para decirle adiós a los últimos jirones de infancia, dando por acabada una época. Hemos jugado a ser adultos hasta que acabamos siéndolo. Fingiendo ser mayores hemos ido a trabajar, o comprado un coche, o pedido un préstamo en el banco, pensando que tomábamos sólo la apariencia de la edad adulta, que seguíamos siendo chiquillos abrumados dentro de un traje demasiado grande. Pero resulta que no se ensaya para ser mayor, que ya no seremos jóvenes nunca más, que todo ésto iba en serio.