lunes, septiembre 22, 2008

Continuando con la evocación de viejas películas, un artículo en el suplemento cultural del abc del domingo: Cuando se comen perdices, donde recuerdan parejas perfectas, como aquella de Nick y Nora Charles (y Asta) en la saga del "Hombre Delgado".
Es un buen comienzo para ir tirando del hilo, y ponerse a ver, por ejemplo, alguna otra película de Myrna Loy, una actriz que hizo algunas otras esposas ideales en su carrera (sobre todo por lo guapa que salía). Recomiendo echar la vista atrás con Los Blandings ya tienen casa (imdb), una de esas comedias de estilo clásico de los años cuarenta, con diálogos rápidos, secundarios que son como de la familia, y entretenimiento garantizado (nada más y nada menos). Además, Cary Grant y Melvyn Douglas, dos actores excelentes para una comedia (ambos geniales).
A propósito, creo que sirvió de inspiración a otra película sobre arreglos catastróficos de casas (si no es así, lo parece): Esta casa es una ruina. Reconozco que es una inspiración que sólo yo he captado, y puede que sea fruto, de nuevo, de una conexión creada por mi pobre cerebro saturado de cine.

martes, septiembre 09, 2008

En la revista cultural del periódico Abc, la semana pasada, publicaron un par de artículos, que he recortado, sobre uno de mis autores preferidos de todos los tiempos, Montaigne y el arte del diálogo y Cuando era montaña. También venía una reseña del libro de Stefan Zweig sobre Montaigne (publicado en Acantilado), pero no soy capaz de enlazarla. Me gustaría leer este libro, así que pondré en marcha esta cansada máquina conseguidora, y lo intentaré en la biblioteca.

También hablaba de Montaigne, y hablaba bien (como tiene por costumbre), Daniel Pennac en el Babelia del sábado, en una entrevista. Este escritor me pone de buen humor, incluso en diferido, y me gusta cuando dice ésto:

No pretendo compararme con él, pero me sucede lo que a Michel de Montaigne: no tengo memoria funcional. Él, que era un hombre bien educado y cortés, era incapaz de recordar los nombre de sus sirvientes. Para lograrlo recurría a trucos nemotécnicos, como asocial el apellido con la función que desempeñaban o con el nombre del pueblo donde habían nacido. Montagine anotaba sus libros y luego no era capaz de recordar lo que significaba aquella anotación, por qué la había hecho. Hubo un momento en que intenté llevar un diario personal, pero limitándome a lo factual. Cuando lo releía no recordaba ninguno de los hechos que había anotado. Es la ficción la que me permite recordar. Es un psicoanálisis salvaje