lunes, enero 19, 2004

He visto que el periódico El País no sólo vende enciclopedias, sino que además empieza a ofrecer novelas de aventuras en edición bolsillo, la primera de regalo, las demás por un precio económico.
No es que me parezca bien o mal, porque ellos sabrán lo que les conviene, pero es una lástima que saquen una colección con tan mal papel y una encuadernación tan pobre...
Pienso que si querían atraer a un público que habitualmente no lee, pero al que le gustaría pasar por culto, podrían haber elegido la típica edición de falso cuero y falsos lomos dorados, que, por lo menos, acababa adornando la casa de alguno de ésos que compran los libros por metros.
Los títulos de la colección son clásicos, tanto que lo normal es tenerlos en casa desde hace mucho tiempo. Incluso en destrozadas ediciones infantiles, que se guardan por sentimentalismo. Y no creo que a los lectores ya iniciados les vaya a atraer comprárselos en edicion tan mala.
Quizás sea la ocasión de comprar esos libros para todos aquellos estudiantes, trabajadores temporalmente desplazados y demás exiliados volantes lejos de casa, que así pueden leer esos libros familiares, sin tener que cargar con tomos. Porque el destino de estos libros es el contenedor de papel. Sin remordimientos.
Aunque supongo que todo esto ya lo saben los publicistas de los periódicos, y otras cosas que yo ignoro. Pero yo sólo me desahogo, que a éso he venido.

De paso, vuelvo a poner un enlace para que lean directamente el libro que ayer regalaban con el periódico. La Isla del Tesoro. Disfrútenlo.

Antes compraba dos periódicos el fin de semana. Un gasto que puede parecer poca cosa, pero en ciertas épocas miserables de mi vida, era un pico. Pero dejé de hacerlo, más o menos coincidiendo con el paso de la edición electrónica de El País a servicio de pago.
Y es que, para entonces, ya me había acostumbrado a encontrar información en Internet, competente, amplia y gratuita. Y el que Un periódico español me cerrase el acceso no fue muy significativo. Sí que lo fue el que tantos otros medios, personas, profesionales o no, se encontrasen a mi disposición. Todo el tiempo.
Sigue siendo más incómodo desayunar tropezando con el teclado y colocando la bandeja ante la pantalla, pero me voy apañando. Y no creo que el convertirse cada quiosco en un bazar me lo haga más atractivo.

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