domingo, julio 19, 2009

De El rosa Tiepolo, Roberto Calasso

Para un pintor, quizás el destino más agradable, y el más justo, sea convertirse en un color, como Dafne en el laurel. Eso le sucedió a Tiepolo con Proust. En toda la Recherche, tan colmada de referencias a la pintura, no se habla nunca de una obra de Tiepolo. Pero su nombre aparece en tres ocasiones, y cada vez con referencia a una mujer distinta: Odette, la duquesa de Guermantes y Albertine. Son las tres mujeres sobre las que más ha fantaseado Marcel, las que más lo han hecho sufrir (incluso a través del desdoblamiento en Swann), las que han acompañado su vida como una estela brillante y triple.
Para Marcel, Tiepolo fue ante todo bata de Odette. A sus ojos de joven y empecinado adorador, ninguna de las toilettes con las que Madame Swann aparecía en sociedad era ni de lejos comparable con la «maravillosa bata de crêpe de Chine o de seda, rosa antiguo, cereza, rosa Tiepolo, blanca, malva verde, roja, amarilla, lisa o con dibujos, con la que Madame Swann había desayunado y que estaba a punto de quitarse». Como fiel adorador, Marcel deploraba que no saliese vestida de ese modo, y recordaba que entonces Odette «reía, para jugar a la indiferencia o por el placer del cumplido». Acaso entre Odette y Marcel no se repetiría nunca un momento de tal intimidad, protegido por el color que se desprendía de la gama de la bata: el «rosa Tiepolo».
Con la duquesa de Guermantes, años más tarde, se produciría otra epifanía tiepolesca. Esta vez pública y luminosa, cuando la duquesa se mostraba con «su capa de noche, de un magnífico rojo Tiepolo»...
El último fue el Tiepolo de Albertine, que existe esta vez en el forro de una bata, como en las transmigraciones budistas. De nuevo impregnado en el aura de su lugar de origen: Venecia.

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