Un último fragmento de la Vida de Samuel Johnson, de James Boswell, que espero nos anime a la muy edificante curiosidad en el fin de semana.
El sábado 30 de julio el doctor Johnson y yo tomamos un balandro con remero en las escaleras del Temple y emmprendimos por el Támesis la travesía hasta Greenwich. Le pregunté si realmente creía que el conocimiento del latín y el griego era requisito esencial de una buena educación. JOHNSON: «Sin duda alguna, pues quienes conocen estas lenguas tienen una gran ventaja sobre quienes no las conocen. Asimismo, es asombrosa la diferencia que la preparación establece entre las personas, incluso en las relaciones corrientes de la vida, que no parecen guardar mayor relación con ella.» «Y, sin embargo-dije-, la gente va por el mundo como si tal cosa y lleva adelante sus negocios y su propia vida sin preparación alguna.» JOHNSON: «Bien, señor, eso puede ser cierto en casos en los que lo aprendido no tiene ninguna utilidad; por ejemplo, este muchacho que rema nos conduce tan bien, desde luego, como si supiera cantar la canción de Orfeo a los argonautas, que fueron los primeros marinos.» Y preguntó al muchacho: «¿Qué darías tú por saber quiénes son los argonautas?» «Señor-respondió-, daría lo que tengo.» Johnson quedó encantado con su respuesta, y le dimos el doble de lo que quiso cobramos por la travesía del río. Luego, se volvió hacia mí. «El deseo de saber es sentimiento natural de la especie humana, y todo ser humano cuyo entendimiento no esté pervertido y corrupto estará presto a dar lo que tenga con tal de adquirir conocimientos.»
A.D. 1763M AETAT. 54
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