miércoles, julio 12, 2006

Los anuncios se supone que pretenden convencerte de que compres algo o, al menos, dejar asentada en tu subconsciente una imagen positiva del producto, aunque no lo vayas a comprar inmediatamente. Está claro que no todos somos el objetivo al que se dirigen los publicistas: quieren atraer a un determinado público de posibles compradores, de cierto estatus, edad y condición. Así que tengo claro que muchos anuncios, especialmente los de coches, no están hechos para gente como yo (si es que existe tal cosa).

Asumiendo todo esto, hay anuncios que me parecen burdos, mal hechos, o irritantes. Sobre todo cuando exaltan valores que personalmente desprecio, como esos anuncios deliberadamente sexistas en que los hombres parecen subhumanos mientras las mujeres son el prototipo de todo lo que es inteligente, útil y bueno. Valiente timo.

Pero hay una generalidad de anuncios bobos, asentados en tópicos menudos, casi insignificantes, que son como un ruido visual. No son grandes ofensas, pero tiendo a verlas como parte de un bombardeo constante, complaciente con la banalidad, burlándose de toda esa polvorienta cultura, de los viejos edificios y la aburrida música clásica, de la defensa de la naturaleza y sus absurdas causas. Porque lo divertido de verdad, lo que de verdad importa es comprarse un cochecito, no "las gárgolas premedievales", "el minué a tres cuerdas" o "el apareamiento del escorpión bicéfalo", que, además, son cosas que no existen: es una buena manera de ironizar sin mancharse con alusiones directas. Podemos imaginar qué bien hubiera sido recibido el mismo anuncio con las catedrales góticas, la ópera barroca o el lince ibérico. Al menos, a veces, son sutiles.

De esta manera, están consiguiendo que cambie de canal para evitar algunos anuncios (visto el tiempo que ocupan, que es casi todo, es lo normal)

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