domingo, abril 30, 2006

Existe un disfrute sutil de las cosas, un disfrute por delegación, que se produce, por ejemplo, cuando se está comiendo una tapa de ensaladilla de gambas y se piensa en cuánto le gustaría a cierta amiga (que se encuentra a quinientos kilómetros de distancia y no se encuentra, por tanto, en disposición de degustarla ahora mismo). Igual vale para un lugar, un paisaje, un suceso o cualquier otra concrección del espacio-tiempo.
También se produce cuando leemos un libro, un relato, un artículo en una revista, y al momento se nos viene a la mente lo interesante que lo encontraría y cómo podría comentarlo una persona concreta, un amigo. Y leemos, disfrutando por delegación, al pensar en el disfrute que le produciría.
Podría ser que estuviéramos desdoblándonos en dos lectores simultáneos, pero a veces creo que, en estos casos, no es uno mismo el que está leyendo: se lee revestido de otra personalidad, que conocemos bien, se lee con otros ojos.
Claro que, igualmente, podría dudar de que fuese yo misma la que el otro día saboreó una tapa, (tan abstraída estaba en lo feliz que le haría a otra persona), por más que fue mi estómago el que la digirió.

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