Con tiempo revuelto, las ventanas se vuelven imanes para la vista. Cada diez minutos nos asomamos a mirar cómo llueve o cómo cambia esa acuarela gris del cielo. Hay un placer gatuno en enroscarse en casa mientras afuera diluvia.
Si el clima fuese indefectiblemente soleado día tras día, nadie se molestaría en ir a ver por la ventana. Porque es lo inestable del clima lo que proporciona intriga al espectáculo, igual que la ventana es el límite del escenario.
Hace 1 semana
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