martes, marzo 16, 2004

He decidido hacerme un regalo, un capricho, una extravagancia, una frivolidad que no me pueda permitir. Un libro. Me voy a comprar Los perros de la Mórrigan, de Pat O'Shea. Cuando sacas un libro de la biblioteca dos veces, es el momento de pensar en comprarlo. No antes.

Y es que últimamente, no compro libros. Son un artículo caro, que ocupa espacio y resulta más arriesgado que invertir en bolsa: la mayoría de los libros resultan ser completamente innecesarios. Así que sólo compro los que ya he leído y han resultado ser algo más que novelas de evasión y olvido, de las que se leen sólo por saber lo que pasa al final y rápidamente se pasa a otra cosa. Las bibliotecas públicas me permiten arriesgar, llevarme a casa libros de apariencia diversa, experimentar leyendo géneros y autores elegidos al azar, leer tonterías, descubrir maravillas; y todo ello no lo haría si tuviera que comprar todo lo que leo (además de que me arruinaría).

Y creo que también compraré otro de mis favoritos: Historia abreviada de la literatura portátil, de Enrique Vila-Matas. Ya va siendo hora. Es otro de ésos que releo periódicamente. Por fortuna, está en edición de bolsillo y al alcance del mío (este estúpido juego de palabras se atribuirá a los antihistamínicos y/o la fiebre: me niego a asumirlo, es primavera)

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