miércoles, mayo 28, 2003

Justificación de la lectura: un desahogo.
Alguna gente me pregunta porqué leo, si saco algo de tanta novelería, como si pensasen que soy idiota por perder el tiempo en algo que no me va a volver más alta, ni más guapa, ni más rica. Cierto, leer no sirve para nada (para nada que pueda medirse o pesarse) y ni siquiera te vuelve inteligente (vean la cantidad de cebollos ilustrados que hay por ahí).
Y es inútil explicarle a personas así que los libros que he leído, igual que cualquier otra experiencia en la vida, han modificado mi manera de ver el mundo, de comprender a las personas, de percibir las situaciones... yo no sería la misma persona, ni vería las cosas igual, si no hubiese leído La Isla del Tesoro, o El Señor de los Anillos o los Ensayos de Montaigne. (Aunque tampoco lo sería sin haber visto las películas de John Ford o sin haber estudiado latín).
Aunque me caen peor los que creen que leer es una simple diversión, que leo porque me gusta, sin más: el placer no es una motivación, sino una consecuencia. Leo porque sin leer mi vida sería mucho peor, ¿les parece poco?.
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Y todo este desahogo surgió de una conversación sobre las lecturas obligatorias del Bachillerato, lecturas que, a mí, que leía un montón por aquel entonces, me hicieron detestar durante años géneros enteros de la literatura universal. No sé a quién se le ocurrió que obligar a un quinceañero a leer y comentar por escrito Crimen y Castigo iba a fomentar el gusto por la lectura. Menos mal que, por aquel entonces, leíamos libros de piratas, detectives (algunos de ellos intergalácticos), y le hincábamos el diente a El Señor de los Anillos, por ejemplo.
Supongo que hoy tienen a Harry Potter (yo, con doce años, leía tebeos y a Enyd Blyton, que tampoco es mucho mejor)

Fin del desahogo. Espero que no me vuelva a dar este arrebato, que me hago un poco pesada.

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