jueves, febrero 07, 2008


Algo separa a los personajes homéricos de todo lo que fue escrito antes y se escribiría después. Se comportan como esos ateos perfectos que jamás han existido, convencidos de que la vida coincide con la respiración. Para los ateos cientifistas, después de la muerte sólo existe una vaga nada. Para los personajes homéricos, había una larga tortura, un enloquecer carente de memoria y de mente. En absoluto otra vida, y tampoco un castigo por la vida, sino una fisiología exhausta y delirante, anterior a la vida.
Sin embargo, mientras el aliento duraba, todo estaba lleno de dioses. Pensando en Aquiles que al alba, todos los días, arrastraba el cadáver de Héctor alrededor de la hoguera de Patroclo, Hécuba dice: "Mas no por esto (Patroclo) fue resucitado". Ningún artificio, ningún rito, ningún mérito pueden alterar este hecho. Los dioses "están siempre", como se repite, incansablemente, en las tablillas formularias; quien reconoce a los dioses existe durante un breve tiempo. En su modestia, los ateos están llenos de vanidad. Durante el breve tiempo de su vida están convencidos de administrar algo, una isla de autonomía que después se dispersa en átomos ciegos. Los héroes homéricos no se permitían este consuelo: mientras vivían, sabían que eran sostenidos y atravesados por algo remoto e íntegro, que después les abandonaba como harapos


Las bodas de Cadmo y Harmonía, Roberto Calasso
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Éste es un libro que he leído y releído, del que he ido extrayendo pedazos, como se quitan pellizcos a un bizcocho, con indolencia y con gula. Ah, cuánto placer se obtiene del conocimiento inútil, que decía Bertrand Russell.

3 comentarios:

malatesta dijo...

No es mi intención contradecir a Calasso, pero a veces me da la impresión que los críticos, los comentaristas, los estudiosos del arte en general, ven en las obras que estudian mucho más de lo que sus creadores quisieron que viésemos. Quizás sea una virtud del arte en general, que es capaz de suscitar cosas nuevas donde antes no estaban.

Anónimo dijo...

tiene razón: es una virtud del arte inspirarnos cosas nuevas que quizás sus creadores no preveían...
o también, quizás haya cosas en las obras antiguas que, hoy día, seamos incapaces de ver...
saludos

Santiago dijo...

Pasan las dos cosas siempre. Lo grande de Calasso es que crea, no sólo difunde