martes, abril 19, 2005

Hay dos cosas que cada vez me cuestan más esfuerzo. La primera es aceptar con una sonrisa los buenos consejos, valoraciones (y comentarios en general), acerca de cómo vivo. Y luego está la desgana que me da empezar a leer una novela, especialmente si ha sido escrita en los últimos años. Excepto si se trata de género policíaco.

Menos mal que me quedan:
Donna Leon, Henning Mankell y, sobre todo y por encima de todos, Andrea Camilleri. Qué grande es este hombre.
Brunetti, Wallander y el gran Montalbano, sus creaciones, detectives de ficción, nunca me han aburrido. Cada cual tiene su interés: el primero, porque Venecia es un escenario fabuloso (una ciudad donde la policía va en lancha siempre anima la narración). En cambio, la Escania de Wallander es un lugar perfecto para mostrar toda esa desolación escondida bajo la civilizada superficie sueca (y europea). Y finalmente, lo mejor de lo mejor, el comisario Montalbano en su Sicilia, con quien se comprende más y más de la humana naturaleza, de sus trampas, miserias y carcajeantes ironías.

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