sábado, octubre 16, 2004

Alguien a quien no conocemos íntimamente se refiere a un viejo poema o a un cuento desconocido. Después, otra persona lo menciona y es un placer identificarlo. Más tarde aún, cuando uno lo encuentra en un libro, uno se dice: ¡Ah, es éste!, y uno se queda encantado con la persona que nos lo reveló al principio.
El Libro de la almohada, Sei Shonagon

Pues bien, ésto mismo me ha pasado a mí con este librito, que me he ido topando con menciones y comentarios acerca de él, aquí y allá, hasta que no he resistido más y he ido directamente a comprarlo. Y la persona a la que agradezco el empujón final, es Esstupenda, ya ven, y aquí está su comentario sobre el libro
Bueno, luego también leí una reseña que me gustó, en El Lomo.
Y encima es un librito en edición bolsillo, bastante barato, y la selección y traducción es de Borges y María Kodama (lástima que las notas estén todas al final y haya que leer con el dedo puesto para irlas consultando: es uno de estos libros donde las aclaraciones culturales son necesarias y muy ilustrativas). Me está gustando tanto que empiezo a preguntarme porqué no lo habré leído antes, e incluso le encuentro relación con otras cosas que se me van cruzando, como el comentario sobre Memorias de África que hizo El Forastero hace poco. Porque ambos libros tienen en común el estar hechos de fragmentos, como una colección de impresiones, de detalles, de historias cotidianas mínimas.

Así empieza El libro de la almohada:

En la primavera es el alba. Cuando la luz se desliza sobre las cumbres, sus perfiles se tiñen de rosado y hebras de neblina de púrpura se extienden sobre ellos.
En el estío, lo más bello son las noches, no sólo cuando hay luna sino también en la oscuridad, cuando las luciérnagas vuelan de un lado a otro y hasta cuando llueve, ¡qué hermoso es todo!
En el otoño, lo más bello son las tardes, cuando el sol resplandeciente se hunde cerca del filo de las cumbres y los grajos vuelven volando a sus nidos en bandadas de tres, de cuatro y de dos. Aún más encantadora es una línea de gansos salvajes como manchas en el cielo lejano. Cuando el sol se ha puesto, el corazón se conmueve con el rumor del viento y con el zumbido de los insectos.
En el invierno, lo más bello es la alborada. Es muy bello, por cierto, cuando durante la noche ha nevado; pero es espléndido también cuando la tierra está blanca de escarcha. También es bello cuando no hay nieve o escarcha pero sólo hace mucho frío y los servidores se apresuran de habitación en habitación, atizando el fuego y trayendo carbón. ¡Cómo armoniza todo esto con la estación del año! Cuando se acerca el mediodía y el frío se ha cansado, nadie se toma el trabajo de mantener encendidos los braseros, y sólo quedan unos montones de ceniza blanca
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