lunes, junio 28, 2004

Reconozco que el calor no es para mí. Los pensamientos, en vez de circular a su velocidad normal, se desintegran antes de tomar forma, como volutas de humo. La garganta se irrita, la voz enronquece. Y el sol es un enemigo caro de combatir (esas cremas de protección total valen una fortuna). Además de estos días interminablemente largos, que parece que no van a dejar nunca paso a la noche y el ocio... Porque yo no sólo soy norteña, es que parezco criada en Dinamarca, porque creo que mientras haya luz hay que hacer cosas, aprovechar el día.

Hablando de Dinamarca, me he acordado de la novela que más frío me ha hecho sentir. Fue "La señorita Smila y su especial percepción de la nieve" de Peter Hoeg. Ni siquiera el comisario Wallander y sus andanzas en medio del barro medio helado de Escania me han producido esa sensación (por ejemplo, en Asesinos sin rostro, que es la última que leí de Henning Mankell)
Y ahora, les propongo que recuerden qué libro les ha hecho sentir más frío. Es un buen ejercicio en medio de una ola de calorcito (el calor de verdad aún está por llegar).
Si alguien del hemisferio sur se acerca por aquí, bien puede elegir al contrario, el calor.

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