domingo, mayo 30, 2004

En toda Europa, los torneos se convirtieron en la ocupación más absorbente para las clases caballerescas aparte de la caza y la cetrería, y de la guerra. Sin duda, el consumo de bebida y el juego que tenían lugar en tales festividades eran uno de los motivos para la oposición de la Iglesia, pero también lo era el número de muertes. Un combate en particular, en 1180, atrajo a más de tres mil caballeros armados y montados. Enloquecidos por la sed de sangre, galoparon sin piedad sobre los hombres a pie, cargando salvajemente contra todo aquello que se moviera. Los cuerpos alfombraron el suelo. El combate en un torneo finalizaba cuando se daba la señal de detenerse o cuando un caballero, próximo a la asfixia en una armadura tan tremendamente abollada que sólo podía quitársela un herrero, era incapaz de tenerse en pie.
Gradualmente, el número de participantes en tales encuentros se redujo a pequeños equipos. Los desafíos formales a entrar en "liza" evolucionaron hasta expresarse en un lenguaje decoroso por parte de unos caballeros que actuaban por propia iniciativa. Esas justas seguían siendo condenadas por la Iglesia por el elevado índice de bajas. En Alemania se desarrolló un código estricto de honor, de manera que no podía participarse sin presentar antes pruebas de ascendencia noble. Cuando un caballero se encontraba con otro se esperaba que se levantase la visera y revelara su identidad; el saludo militar es un legado de ello. Incluso hoy en día, en la esgrima de competición, está prohibido salir a la pista con la careta ya puesta o iniciar un asalto sin saludar primero al oponente.


Blandir la espada de Richard Cohen, Cap. I: Cómo empezó todo

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