domingo, marzo 28, 2004

Estoy multada en la biblioteca pública, condenada al ostracismo, y ya llevo una semana de las dos que me han caído, así que empiezo a añorar amargamente sus prietos anaqueles, de donde salen casi todos los libros que me llevo a los ojos (ahora anegados en lágrimas de contricción, snif)
He tenido que echar mano de otros recursos: por ejemplo, revolver mis estanterías en busca de material apetecible. Y así me he puesto a releer Scaramouche de Rafael Sabatini, una novela que siempre me vuelve a encantar, cada vez de una forma distinta: no entiendo porqué su autor no está en el olimpo de los escritores. Crea unos personajes tan humanos, tan comprensibles (incluso los más viles y rastreros) y trasluce tan bien el ambiente, las ideas, el estado de ánimo en la Francia antes de la Revolución, que consigue involucrarte en su historia desde el principio y ya no te suelta.
Ya escribí sobre ésto, en otra ocasión, con parecido entusiasmo.

Para rematar la jugada, creo que me voy a ver Hidalgo. No parece gran cosa, pero al menos tengo garantizado que veré unas aventurillas.

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