viernes, enero 23, 2004

Por desgracia, tengo que desalojar el ordenador y no puedo disfrutar viendo otra vez la película que acabo de conseguir: nada menos que Fahrenheit 451, una de las películas que más me han impresionado, y que, curiosamente, recordaba con mucha claridad, casi escena por escena, a pesar de haberla visto una sola vez cuando la pasaron en tv, y yo debía tener doce o trece años.
Por aquel entonces los sábados por la mañana solían poner alguna película, además de los consabidos programas infantiles-juveniles: las películas eran variadas, algunas bien raras para semejante público, y solía tratarse de una producción de género educativo de la Europa del Este (así aprendimos todos a decir Kóniek). Pero también vimos unas cuantas cosas buenas, la verdad. Lástima de cómo está hoy la tv.

Si no la han visto y quieren mantener el misterio, mejor no lean lo que sigue.

Recuerdo lo trasnochada que me pareció toda la decoración futurista de la película, que, paradojas de la moda, ahora parece moderna. Y recuerdo cómo se me quedó en la memoria la escena en que el protagonista empieza a leer un libro; es una escena emocionante, y dan ganas de leer con él.
Supongo yo que las escenas que se me quedaron más clavadas fueron las del final, tanto es así que he tenido toda mi vida en mente la perspectiva de tenerme que aprender algún libro de memoria, como única opción para salvarlo.
Y he llorado cuando el viejo moribundo le recita a su sobrino el libro que él ha aprendido para que no se pierda, y luego vemos al chico repitiendo el texto, con el anciano ya muerto, mientras cae la nieve. Soy de un sentimental que doy pena, ya lo sé. Pero es que era una obra de Stevenson.

Y, de paso, me pregunto (y pregunto, en general): qué libro elegiría cada uno para memorizarlo y salvarlo del olvido...

Más sobre la película Fahrenheit 451.
Y un saludo a Cisne Negro que me hizo recordar esta estupenda película, y me hizo despertar las ganas de verla.

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