domingo, noviembre 27, 2005

He visto (en el suplemento Babelia del diario El País) que han publicado en español un par de novelas clásicas de la literatura japonesa: Una trata de amoríos en medio de la vida de la corte, la otra es una epopeya, una lucha entre clanes de samuráis.

Por desgracia, el precio al que se venden me impide hacerme con ambas (siendo realista, con ninguna), pero, de momento, he anotado al Heike Monogatari en el primerísimo lugar de mi (improbable) Lista de los Deseos. Y es que, según he leído toda esa promesa de batallas épicas, combates, intrigas y tragedia, me he dicho que tengo que tener ese libro.

Todo lo que he leído de la literatura japonesa clásica, desde antiguos haikus a cuentos de fantasmas, o la historia de Los cuarenta y siete ronin, y el último creo que fue El libro de la almohada, me ha atrapado, sobre todo por ese sentido de la fugacidad, del momento perfecto y perecedero, que tan bien saben describir.
Algunos relatos tienen esa serena melancolía, a veces más elegante, a veces más filosófica o trascendente, un sentimiento que, personalmente, me ha recordado a un poema de Quevedo, Miré los muros, o a los bodegones de Zurbarán. Una curiosa impresión, nada más.
Intentaré seguir encontrándole nuevos encantos a esta literatura.

jueves, noviembre 24, 2005

La escritura, cuando manejada adecuadamente (como pueden ustedes estar seguros de que creo que lo está la mía), no es más que un nombre diferente que se le da a la conversación. Y al igual que nadie que se sabe en buena compañía se atrevería a hablar sin parar y a decirlo todo él, ---así ningún autor que comprenda bien cuáles son los límites del decoro y de la buena educación presumiría de pensarlo todo él. La mayor y más sincera muestra de respeto que se le pueda dar al entendimiento del lector consiste en repartir amigablemente con él esta tarea y en dejarle imaginar algo a su vez: tanto, casi, como el propio autor.
Por mi parte, estoy continuamente haciéndole cumplidos de esta índole y hago todo lo que está en mi mano para mantener su imaginación tan ocupada como lo está la mía.


Tristram Shandy, Laurence Sterne. Cap. Once, Vol. II

domingo, noviembre 20, 2005

Disponible para descargarse en mp3 el programa de radio sobre cine que (muy personalmente) más me gusta: Lo Que Yo Te Diga. En este momento, hay que conformarse con la emisión del sábado pasado.
Me parece una gran noticia, porque este programa tiene un horario difícil (en la madrugada del sábado) y siempre está bien facilitarnos el acceso a los seguidores.
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Visto en Luiyo este test, observo que la adicción a la incompleta serie de tv Firefly se extiende (yo no he podido ver la película-continuación, Serenity, cosas de la limitada oferta cinematográfica de estos lugares)
Y encima, me ha salido el personaje de la muchacha chiflada


Which Firefly character are you?
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Otro cuestionario (mismo tema):

Which Firefly character are you?
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martes, noviembre 15, 2005

Por Dios, ¿cómo se llamaba aquel hombre?--Escribo con tanto apresuramiento que no tengo tiempo para hacer memoria ni para buscarlo:--¿Quién fue el primero en observar 'que nuestro aire y nuestro clima eran muy inconstantes'? Quienquiera que fuese, hizo una observación muy aguda y muy cierta.--Pero el corolario que se sacó de ella, a saber: 'que es esto lo que nos ha provisto una variedad tan enorme de caracteres singulares y caprichosos', --esto no fue suyo;--esto lo descubrió otro hombre por lo menos siglo y medio más tarde. Y luego:--que ese abundantísimo almacén de materiales originales es la causa verdadera y natural de que nuestras Comedias sean mucho mejores que las francesas o que cualesquiera otras de las que o bien ya se han escrito o bien pueden escribirse en el futuro en el Continente,---ese descubrimiento no llegó a hacerse enteramente hasta mediados del reinado del rey William,--cuando el gran Dreyden, en uno de sus largos prefacios (si no me equivoco), dio felizmente con ello. Cierto que a finales del reinado de la reina Anne el gran Addison se puso a patrocinar la idea y se la explicó al mundo con más detalle en uno o dos de sus Spectators;--pero el descubrimiento no fue suyo.--Y finalmente, en cuarto y último lugar, la observación de que esta extraña irregularidad de nuestros caracteres---en cierto modo nos ofrece una compensación al proporcionarnos con ello algo con lo que divertirnos cuando el tiempo no nos permite salir a la calle,--es mía;--y se me ha ocurrido hoy mismo, 26 de marzo de 1759, día lluvioso, entre las nueve y las diez de la mañana.

Tristram Shandy, Laurence Sterne. Cap. Veintiuno, Vol. I.

domingo, noviembre 06, 2005

Wallace y Gromit son dos personajes por los que siento una particular debilidad, desde que hace ya años (muchos ya, por desgracia: me hago mayor) ví por primera vez una de sus historias de media horita. Quizás todo se deba a que me crié viendo animaciones fotograma a fotograma, producciones venidas de la Europa del Este, que acababan con un cartelito que ponía Kónieck. Igual por éso me embelesan los detalles con los que cada decorado está hecho (no falta ni una bolsita de té, ni un botón), la gracia de una ambientación puramente inglesa y puramente surreal (donde los perros conducen furgonetas y tejen jerséis, o se sacan un monedero de abuelita de vete tú a saber dónde).

En fin, la nueva película de Wallace y Gromit es un largo, que se titula "La maldición de las verduras" (no se parece mucho al título en inglés, ejem), y tiene un argumento rocambolesco y divertidísimo. Los protagonistas, como siempre, son un inventor y su perro (su ayudante y amigo, además del que lleva el cerebro de los dos), que tienen una empresa de seguridad que protege los huertos del vecindario de plagas, concretamente, de conejos devoradores de verduras, capturándolos y encerrándolos. Todo ello es de vital importancia para el pueblo, ya que se acerca el famoso Concurso de Verduras Gigantes, en el que todos tienen puestas sus esperanzas: hasta el propio Gromit cultiva con amor un calabacín desproporcionado, protegido por alarmas y cerraduras. Hasta que un gigantesco conejo empieza a hacer estragos en los huertos...

No es una película específicamente para niños, y tiene suficiente acción para mantener entretenido a cualquiera, además de un sentido del humor muy visual, chistes cinematográficos incluídos. Así que la recomiendo para todo el mundo (con entusiasmo, como es mi costumbre)